Al sentarme a escribir mi
testimonio de este segundo viaje a Perú me asaltan muchas ideas, nombres,
imágenes, anécdotas, sensaciones... Me
resultará difícil poner orden a este texto. Segundo viaje a Perú, primeros pasos
del proyecto "Misión Perú" de los Colegios Diocesanos. A mi entender,
el hecho de que los profesores puedan disfrutar de una experiencia misionera
como ésta es de los pasos más importantes que podemos ofrecer. Siempre he
pensado que este proyecto no debería consistir únicamente en una colaboración
económica: donar dinero para unos proyectos y listo.
Desde ese punto de vista habría
sido mejor haber enviado el dinero de nuestros billetes y demás gastos a los
proyectos con que colaboramos. Es una posibilidad más. Sin embargo, nuestro
sueño es que este proyecto asuma las palabras que tanto repite el Papa
Francisco: "Evangelizar es hacer
presente en el mundo el Reino de Dios".
De entrada, un reto apasionante e
ingente para nuestras fuerzas. Además en la mayor parte de los lugares que
íbamos a visitar ya se hace anuncio explícito del Evangelio. Tal vez aquí
surgieron las dudas más grandes: ¿realmente nos podemos llamar misioneros?,
¿podemos aportar algo allí?, ¿gozamos de la fe suficiente?... Ante tales
preguntas solo cabía la oración y la formación. Ambas compartidas durante todo
un curso previo a nuestra experiencia misionera de un mes en verano y ambas
entendidas, en lo personal, como un privilegio por el ambiente, la convivencia,
lo compartido con los otros profesores y formadores del curso.
Sin esa formación no me habría
atrevido a ir a Perú. No han sido recetas mágicas para la Misión, pero sí me
han recordado que evangelizar es dar testimonio con alegría y sencillez de lo
que somos y creemos... lo poco que seamos y lo poco que creamos hemos intentado
compartirlo. Ese ha sido el regalo.
Hemos "hecho" bien poquito, hemos recibido en palabras peruanas
"hartísimo". De hecho, las
preguntas que más nos han hecho a la vuelta tienen que ver con qué hemos hecho
allí. Parecía que el "éxito"
de nuestro viaje dependía de todo lo que hubiéramos hecho allí. Y sin embargo,
y a pesar de que en nuestro blog
aparecían cada día numerosas actividades, anécdotas, etc. mi sensación es que
hacer, hacer... hemos hecho muy poco. Probablemente con nuestra visita a los
proyectos hayamos causado más trabajo que alivio a nuestros anfitriones, pues
se esforzaban en que estuviéramos cómodos, dedicaban tiempo para atendernos...
Con todo y eso, estoy convencido
de que la Misión es obligatoria para cada cristiano y de que la Misión es
esencial para nosotros, para la comunidad educativa. Y de nuevo, resuenan las
palabras del Papa Francisco, que me ayudan a transmitir lo que siento: "¡Cuidado! Jesús no ha dicho: si
quieren, si tienen tiempo, sino: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos».
Compartir la experiencia de la fe, dar
testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor confía a
toda la Iglesia, también a ti".
Estas palabras reflejan mejor qué
hemos "hecho" en Perú: compartir nuestra fe con nuestros hermanos. Al
fin y al cabo, el misionero no es solo alguien que va a ayudar a los pobres,
sin más. Es alguien que va a ayudar a su hermano porque ha encontrado a Cristo,
que es lo mejor que ha encontrado en el mundo. Así resumiría esta experiencia.
Cada persona que hemos encontrado allí ha compartido su fe, y lo que implica
(trabajo, alegría, proyectos, atención, tiempo, oración, comida, hogar...), con
nosotros. Por eso lo que he recibido supera con creces lo entregado. Este mes
en Perú ha sido un regalo de Dios, de los tantos que me hace. Ojalá se pueda
seguir brindando esta experiencia a más profesores y, ¿por qué no?, a antiguos
alumnos o alumnos que cuenten con la mayoría de edad.
Ya estamos de vuelta en España, y
el mundo, como es obvio, no se ha detenido porque uno se vaya un mes a Perú.
Nadie, salvo Dios, es imprescindible. Si me pongo a recordar momentos
especiales surgen diversos nombres y circunstancias: el encuentro con Jóvenes
Sin Fronteras Callao y Cristo Vive ha sido realmente alentador, nos han animado
a no desfallecer, no dejarnos llevar por la corriente, a saber que no somos los
únicos que descubrieron a Cristo, a contagiarnos de su fe en Jesús y sus ganas
de entregarse al anuncio del Evangelio; la visita a los asentamientos e
invasiones de terreno en Ancón nos permitió ver cómo sobreviven miles de
personas en las periferias de la capital así como los sueños de varios
sacerdotes valencianos que pretenden mejorar la red de escuelas diocesanas para
atender a los menores de estas zonas; mi
experiencia en el Penal Sarita Colonia del Callao fue sobrecogedora, tanto por
la situación en que "vivían" las personas encarceladas como por la
atención que dispensa la Pastoral Penitenciaria de la diócesis del Callao en Lima;
la visita a Machu Picchu me ayudó a entender mejor la cultura y riqueza de este
país andino, que se ha visto contrastada en los distintos amigos (Susan, Mirko,
Christian, Juan Francisco, Giancarlo, Valeri, John, Inés, Etel, Rosa,
Melquiades, Teresa, Jordi, el padre Federico, el padre José Luis, Ronald,
Meche, el padre Vicente Fons, etc. largo) que hemos ido haciendo a lo largo de
nuestro mes allí; nuestra semana en Pucará, adaptándonos a los planes que nos
proponían las hermanas Josefina, Rogelia y Celia, tratando de abrirnos a lo
inesperado, esforzándonos por ser flexibles, compartiendo nuestra vocación con
los alumnos de Secundaria del Colegio Fe y Alegría "María
Inmaculada"; y por último, la selva, Misión Chiriaco, donde también
compartimos nuestra vocación con las alumnas del Colegio-Internado Fe y Alegría
"San José" y con Elvira y Teresa, Siervas de San José, allí pudimos
ver cómo las propias alumnas se encargan del buen funcionamiento del Colegio,
responsabilizándose de la cocina, limpieza, cuidado de animales, catequesis en
la comunidad indígena, preparación de la Eucaristía, etc.; la convivencia con
Ruth, Enrique y José Ernesto (en España y en Perú); nuestros largos viajes en
bus, que sirvieron para conocernos mejor, para reírnos, para rezar; nuestra
especial despedida de Perú con la comunidad de Siervas de San José en Lima y
con la hermana Mari Carmen; y así podría seguir desarrollando si quisiera
aburrir más de lo que ya lo estoy haciendo.
Creo que todo salió genial por el
entusiasmo de las personas que encontramos y por el nuestro; por su sencillez,
por su alegría... Personalmente me he
sentido en familia estando allí y me siento muy agradecido por los dones que
Dios nos regala, tan diferentes a cada uno de nosotros. Me siento querido a
pesar de todo lo "metepatas" que he sido y soy. Dios me da una nueva
oportunidad cada día para darle gracias por muchos motivos.
Ojalá estas experiencias
misioneras sigan adelante y sepamos contagiar a más compañeros para que tengan
la suerte de conocer la realidad de un pueblo hermoso y luchador, como es el
peruano, y compartir su fe con ellos.
La vuelta a casa se hace compleja
e ilusionante por muchos motivos. Hace unos días un amigo compañero me decía que
ya nos habíamos "ganado" el cielo por este viaje, y no es así (sólo
hay uno bueno). El cielo, si tiene a bien obsequiarlo Dios -Amor-, se "gana"
también desde aquí, desde Ávila, desde nuestras casas, amistades, ayudando al que
lo necesita, al que demanda cariño, estando cerca de los que sufren... hay Misión
aquí y allá. El reto está en ser misionero aquí también; no se puede serlo allí
sin serlo aquí. Este año, en Ávila, tenemos una ocasión excepcional para ello. Dios
nos llama cada día a responder desde donde estamos, con nuestros alumnos y sus
familias, nuestra familia, amigos... si Dios te hubiera pedido ir a Perú ya
habrías ido. Cada uno tenemos nuestro tiempo, tal vez no hayas sentido esa
llamada de Dios aún.
ÁLVARO
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