martes, 23 de septiembre de 2014

TESTIMONIO DE ÁLVARO



Al sentarme a escribir mi testimonio de este segundo viaje a Perú me asaltan muchas ideas, nombres, imágenes, anécdotas, sensaciones...  Me resultará difícil poner orden a este texto. Segundo viaje a Perú, primeros pasos del proyecto "Misión Perú" de los Colegios Diocesanos. A mi entender, el hecho de que los profesores puedan disfrutar de una experiencia misionera como ésta es de los pasos más importantes que podemos ofrecer. Siempre he pensado que este proyecto no debería consistir únicamente en una colaboración económica: donar dinero para unos proyectos y listo.

Desde ese punto de vista habría sido mejor haber enviado el dinero de nuestros billetes y demás gastos a los proyectos con que colaboramos. Es una posibilidad más. Sin embargo, nuestro sueño es que este proyecto asuma las palabras que tanto repite el Papa Francisco: "Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios". 

De entrada, un reto apasionante e ingente para nuestras fuerzas. Además en la mayor parte de los lugares que íbamos a visitar ya se hace anuncio explícito del Evangelio. Tal vez aquí surgieron las dudas más grandes: ¿realmente nos podemos llamar misioneros?, ¿podemos aportar algo allí?, ¿gozamos de la fe suficiente?... Ante tales preguntas solo cabía la oración y la formación. Ambas compartidas durante todo un curso previo a nuestra experiencia misionera de un mes en verano y ambas entendidas, en lo personal, como un privilegio por el ambiente, la convivencia, lo compartido con los otros profesores y formadores del curso.
Sin esa formación no me habría atrevido a ir a Perú. No han sido recetas mágicas para la Misión, pero sí me han recordado que evangelizar es dar testimonio con alegría y sencillez de lo que somos y creemos... lo poco que seamos y lo poco que creamos hemos intentado compartirlo. Ese ha sido el regalo.
Hemos "hecho" bien poquito, hemos recibido en palabras peruanas "hartísimo". De hecho, las preguntas que más nos han hecho a la vuelta tienen que ver con qué hemos hecho allí. Parecía que el "éxito" de nuestro viaje dependía de todo lo que hubiéramos hecho allí. Y sin embargo, y a pesar de que en nuestro blog aparecían cada día numerosas actividades, anécdotas, etc. mi sensación es que hacer, hacer... hemos hecho muy poco. Probablemente con nuestra visita a los proyectos hayamos causado más trabajo que alivio a nuestros anfitriones, pues se esforzaban en que estuviéramos cómodos, dedicaban tiempo para atendernos...
Con todo y eso, estoy convencido de que la Misión es obligatoria para cada cristiano y de que la Misión es esencial para nosotros, para la comunidad educativa. Y de nuevo, resuenan las palabras del Papa Francisco, que me ayudan a transmitir lo que siento: "¡Cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo, sino: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Compartir la experiencia de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, también a ti". 

Estas palabras reflejan mejor qué hemos "hecho" en Perú: compartir nuestra fe con nuestros hermanos. Al fin y al cabo, el misionero no es solo alguien que va a ayudar a los pobres, sin más. Es alguien que va a ayudar a su hermano porque ha encontrado a Cristo, que es lo mejor que ha encontrado en el mundo. Así resumiría esta experiencia. Cada persona que hemos encontrado allí ha compartido su fe, y lo que implica (trabajo, alegría, proyectos, atención, tiempo, oración, comida, hogar...), con nosotros. Por eso lo que he recibido supera con creces lo entregado. Este mes en Perú ha sido un regalo de Dios, de los tantos que me hace. Ojalá se pueda seguir brindando esta experiencia a más profesores y, ¿por qué no?, a antiguos alumnos o alumnos que cuenten con la mayoría de edad. 

Ya estamos de vuelta en España, y el mundo, como es obvio, no se ha detenido porque uno se vaya un mes a Perú. Nadie, salvo Dios, es imprescindible. Si me pongo a recordar momentos especiales surgen diversos nombres y circunstancias: el encuentro con Jóvenes Sin Fronteras Callao y Cristo Vive ha sido realmente alentador, nos han animado a no desfallecer, no dejarnos llevar por la corriente, a saber que no somos los únicos que descubrieron a Cristo, a contagiarnos de su fe en Jesús y sus ganas de entregarse al anuncio del Evangelio; la visita a los asentamientos e invasiones de terreno en Ancón nos permitió ver cómo sobreviven miles de personas en las periferias de la capital así como los sueños de varios sacerdotes valencianos que pretenden mejorar la red de escuelas diocesanas para atender a los menores de estas zonas;  mi experiencia en el Penal Sarita Colonia del Callao fue sobrecogedora, tanto por la situación en que "vivían" las personas encarceladas como por la atención que dispensa la Pastoral Penitenciaria de la diócesis del Callao en Lima; la visita a Machu Picchu me ayudó a entender mejor la cultura y riqueza de este país andino, que se ha visto contrastada en los distintos amigos (Susan, Mirko, Christian, Juan Francisco, Giancarlo, Valeri, John, Inés, Etel, Rosa, Melquiades, Teresa, Jordi, el padre Federico, el padre José Luis, Ronald, Meche, el padre Vicente Fons, etc. largo) que hemos ido haciendo a lo largo de nuestro mes allí; nuestra semana en Pucará, adaptándonos a los planes que nos proponían las hermanas Josefina, Rogelia y Celia, tratando de abrirnos a lo inesperado, esforzándonos por ser flexibles, compartiendo nuestra vocación con los alumnos de Secundaria del Colegio Fe y Alegría "María Inmaculada"; y por último, la selva, Misión Chiriaco, donde también compartimos nuestra vocación con las alumnas del Colegio-Internado Fe y Alegría "San José" y con Elvira y Teresa, Siervas de San José, allí pudimos ver cómo las propias alumnas se encargan del buen funcionamiento del Colegio, responsabilizándose de la cocina, limpieza, cuidado de animales, catequesis en la comunidad indígena, preparación de la Eucaristía, etc.; la convivencia con Ruth, Enrique y José Ernesto (en España y en Perú); nuestros largos viajes en bus, que sirvieron para conocernos mejor, para reírnos, para rezar; nuestra especial despedida de Perú con la comunidad de Siervas de San José en Lima y con la hermana Mari Carmen; y así podría seguir desarrollando si quisiera aburrir más de lo que ya lo estoy haciendo. 

Creo que todo salió genial por el entusiasmo de las personas que encontramos y por el nuestro; por su sencillez, por su alegría...  Personalmente me he sentido en familia estando allí y me siento muy agradecido por los dones que Dios nos regala, tan diferentes a cada uno de nosotros. Me siento querido a pesar de todo lo "metepatas" que he sido y soy. Dios me da una nueva oportunidad cada día para darle gracias por muchos motivos. 

Ojalá estas experiencias misioneras sigan adelante y sepamos contagiar a más compañeros para que tengan la suerte de conocer la realidad de un pueblo hermoso y luchador, como es el peruano, y compartir su fe con ellos.

La vuelta a casa se hace compleja e ilusionante por muchos motivos. Hace unos días un amigo compañero me decía que ya nos habíamos "ganado" el cielo por este viaje, y no es así (sólo hay uno bueno). El cielo, si tiene a bien obsequiarlo Dios -Amor-, se "gana" también desde aquí, desde Ávila, desde nuestras casas, amistades, ayudando al que lo necesita, al que demanda cariño, estando cerca de los que sufren... hay Misión aquí y allá. El reto está en ser misionero aquí también; no se puede serlo allí sin serlo aquí. Este año, en Ávila, tenemos una ocasión excepcional para ello. Dios nos llama cada día a responder desde donde estamos, con nuestros alumnos y sus familias, nuestra familia, amigos... si Dios te hubiera pedido ir a Perú ya habrías ido. Cada uno tenemos nuestro tiempo, tal vez no hayas sentido esa llamada de Dios aún.
 
                                                                                                                                                                                            ÁLVARO

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