Cuando tengo que hacer la evaluación o dar testimonio de mi
experiencia misionera en el Sur, siempre me encuentro con el mismo problema:
como escribir en una hoja en blanco lo que siente mi corazón. A veces pienso
que lo mejor es sacar mi corazón y dejarlo en la hoja, y que él mismo sea el
que hable por mí, pero mis compañeros dicen que eso no vale y que tengo que
escribir algo; pues vamos a ello, a ver si mis manos escriben lo que mi corazón
les dicta.
Cuando llegas al Sur vas con muchas fuerzas, con ideas, con
ganas de dar todo lo que tienes o sabes, creyendo que en esto está la respuesta
a sus necesidades. Pero al cabo de unos días te das cuenta de que la misión no
implica dar, sino compartir.
Quien da es alguien que tiene y regala al que no tiene; pero
quien comparte, lo hace desde la igualdad, la cercanía, la fraternidad. Esta es
nuestra tarea para los niños y jóvenes: COMPARTIR. Nos levantamos con ellos,
trabajamos con ellos, comemos con ellos, reímos con ellos y también lloramos
con ellos. Al final terminamos siendo sus hermanos. Pero en realidad somos algo
mucho más importante: somos personas de referencia, de quienes aprenden cómo
vivir, y a su vez ellos son también para nosotros personas muy importantes, de
quienes aprendemos a ser más humanos.
Un voluntario nunca tiene que ir con la idea de cambiar a los
demás sino con la de cambiarse a sí mismo, dejarse empapar por todas las
riquezas que hay en el Sur.
Aunque
sea un tópico, son más las cosas que me han enseñado que las que les he
aportado. Con mi ejemplo de vida he intentado transmitirles que se puede hacer
lo que uno quiera si se lo propone. He aprendido a tener más paciencia, a dejar
que las cosas vayan sucediendo… En resumen, a sobrevivir y vivir feliz aunque
las condiciones no sean las adecuadas, y por supuesto a sonreír. A sonreír
porque ellos te devuelven un cariño y un amor tan puros que nos resulta hasta
extraño, ya que hemos olvidado lo que es, al vivir en una sociedad tan
individualista y con tantas prisas como la nuestra.
Lo
que queda y quedará es trabajar cada día, animar y cuidar que lo que viví no
quede sólo en la memoria, sino que gracias a ello, sea capaz de provocar
cambios en las realidades que me acompañan.
Lo peor que hay después de un voluntariado misionero es
regresar y volver a acostumbrarte a la vida de antes, con los problemas y
preocupaciones de siempre. Yo soy profesor de matemáticas y me gustaría seguir
con esto, pero ahora sería con otra actitud. Me gustaría seguir estando cerca
del centro donde trabajo, implicándome en tantos proyectos que van surgiendo;
son tantas ideas, tantas cosas por hacer. Pero prefiero darle una oportunidad a
la incertidumbre y que pase lo que Dios quiera.
Finalizando esta experiencia, lo único que puedo decir es
GRACIAS. Gracias a DIOS, gracias a mi familia, gracias a mis amigos, gracias a
las personas que en un futuro se animarán a vivir lo que yo he vivido hoy día;
pero, sobre todo, gracias a los chicos por hacer de este mes algo único e
inolvidable.
JOSÉ ERNESTO
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